jueves, 13 de octubre de 2016

EL EFECTO PIGMALIÓN: Creamos en nuestros hijos, son mejores que nosotros.


 


Estuve en la reunión de inicio de curso del colegio (en mi caso, para la ESO) y nos contaba la tutora que los alumnos (osea, nuestros hijos) creían y le habían dicho que eran la mejor clase de los tres grupos que cursan tercero este año.
Me hizo pensar, precisamente, en el efecto Pigmalión. Si ellos se lo creen de sí mismos, no les bajemos los humos (lo que no está en contradicción con la humildad o con la presión mal enfocada, no confundamos, no nos mintamos). Fomentemos su creencia y empujémosles para que den aún más (a estas edades su cerebro es capaz de asimilar datos e información a velocidades de relámpago). Los educadores siguen siendo sus referentes y autoridad, tanto para los niños como para adolescentes. Si el alumno percibe de ellos una plena confianza en su capacidad de mejora porque se miran en un espejo que les refleja la idea de que son capaces de rendir más, al final de curso hasta nos sorprenderían en lo que a su evolución académica se refiere.

¿Por qué? El poder de las expectativas, en sí mismo considerado, sin connotaciones, puede ser  aniquilador y corrosivo o bien catapultador y constructivo, aunque cueste creerlo. No solo ha quedado en el mero mito del escultor afanado y enamorado de su obra Galatea, en la gran pantalla con My fair Lady y Pinocho, o recreado por Ovidio en sus Metamorfosis. También se ha estudiado por sociólogos, matemáticos, físicos y por supuesto psicólogos. Y es que tiene mucha importancia lo que los demás esperan de nosotros –bueno o malo- porque incluso sin querer podemos estimular sus actitudes y habilidades. Si enviamos mensajes o creencias negativos a nuestros hijos, del tipo “como te organices así de mal no vas a obtener ningún buen resultado” podemos hacer que el resultado de la predicción se cumpla (y no por arte de magia): la “profecía auto-cumplida”. Cuidado con las perspectivas que les lanzamos en nuestros comentarios.

Dicho de otra manera: si depositamos grandes esperanzas en ellos, se les contagiará ese sentimiento y nuestros hijos tendrán más posibilidades de incrementar su atención, eficacia y desarrollo coginitvo. Con este comportamiento, ellos perciben que hay un fuerte deseo de sus padres que les impulsa (de igual manera que si hay miedo en nosotros les provocaremos temor, que más pronto que tarde aparecerá).

Los humanos tenemos la libertad de elección y, con ella, de salida. Podemos por tanto preferir la diferencia, las rutas alternativas, la elección divergente. O bien podemos escoger la rutina, la conformidad, la homogeneidad. Transformemos pues nuestra manera de esculpir sus habilidades.

Decía Einstein que no hay un signo más claro de demencia que hacer algo una y otra vez (de forma idéntica) y esperar que los resultados sean diferentes. Pues modifiquemos los itinerarios e indaguemos en la disimilitud. Y decía alguien también que teñimos la realidad con nuestros propios filtros (prejuicios, expectativas, ideas preconcebidas” porque “vemos el mundo en la medida en que era útil verlo en nuestro pasado” y esa información cerebral guardada y pasada es la que nos transmite una (falsa) sensación de lo que tenemos alrededor.

Como digo, el pensamiento lateral, creativo, diferencial están en auge. Escuelas de negocios, universidades, editoriales, entendidos y eruditos en el asunto nos dan cuenta de ello. Y es que las rutas mentales de nuestro cerebro quedan grabadas en él. Está comprobado. Las negativas destruyen y frenan al individuo, le limitan e, incluso, llegan a destruir. Por el contrario, las positivas crean, edifican y le instan a renacer. De ahí la importancia básica del pensamiento positivo (esto tampoco es nuevo, al menos no lo es en Oriente). Si –como decíamos- cualquier fenómeno de la realidad el cerebro se lo guarda generando un nuevo sendero mental, significa que cualquier episodio que experimentemos termina en nuestro pensamiento. Bien, si esos pensamientos son negativos, se quedará grabada una carretera negativa, de manera que cuando presenciemos un incidente similar a aquél, reaccionaremos negativamente. A sensu contrario, si elegimos reformular provechosamente esa situación, la senda marcada se habrá grabado con esa misma orientación.

Es esencial “positivizar”  nuestro cerebro, nos va en ello nuestra salud mental y la consecución de mejores logros. No es baladí qué clase de pensamientos se generen ante cualquier situación cotidiana (por nimias que se nos antojen), ya que no serán iguales las rutas originadas en nuestro cerebro y, en consecuencia, la manera de afrontar o entender el mundo que nos toca vivir.

Pero la buena noticia es que podemos elegir qué ruta mental va a gestar nuestro pensamiento, podemos elegir ser víctimas o beneficiarios, líderes o seguidores, innovadores o inmovilistas. Y si -desde luego- merece la pena aplicárnoslo a nosotros mismos, está también en nuestras manos ayudar a nuestros hijos a construir autopistas mentales provechosas. Podemos enseñarles a ser mártires de estas orientaciones destructivas (o cuando menos, no positivas), o líderes y dueños de un pensamiento edificante.

En resumen, implementemos dos actitudes: (1) un enfoque alternativo que neutralice y anule las rutas mentales negativas y las sustituya por otras provechosas y estimulantes y (2) alentemos la actitud de nuestros hijos generando creencias, expresiones y lenguaje no verbal positivos hacia ellos; condicionemos (sin avergonzarnos) su pensamiento y actitud con nuestras expectativas positivas sobre sus capacidades y rendimiento. Ésto puede cambiar por completo sus crecimiento académico y reforzar su autoestima.
Tenemos una ventana de oportunidad a nuestro alcance, ¡¡no la desaprovechemos!!