Se
acercan las fechas Navideñas, llenas de alegrías porque el Niño Jesús va a
nacer y la buena noticia será, otro año más, reconocida y diseminada entre
todos los buenos corazones de los habitants del universo para alegrar
nuestras vidas y regalarnos una nueva esperanza de que la reconciliación y el
amor es posible entre los pueblos.
Y,
además, se le añade un día especial para los más pequeños, mágico y
desconcertante al mismo tiempo. Quizás a muchos padres como vosotros vuestros hijos empiezan a preguntarse cómo es posible que se repartan tantos
regalos en una sola noche, cómo suben a las casas estos magos (¡por el ascensor
es imposible!), quiero que se hagan una foto y les voy a dejar mi cámara para
saber que han venido, yo he hecho una entrevista para que me respondan y firmen
al final, ¿cómo pueden comer tantos polvorones?, les va a dar un empacho!,
¿cómo hacen ellos si van con unos camellos lentísimos?. En fin, estas
disquisiciones e “iniciativas” son verídicas, de hecho las tuvimos que manejar
en casa hace un par de años. Seguro que os habéis identificado con alguna de
ellas. Aunque podáis solventarlas en un principio, cuando nuestros hijos
preguntan es porque algo rumian (o les han hecho rumiar desde clase).
Si
habéis decidido contarles la verdad, es bueno tener a mano alguna
respuesta. Hace tiempo me pasaron dos cuentos (no sé su procedencia, tampoco
aparecen su autor, desde aquí mis disculpas por no poderlo referenciar como procede) que
comparto por si queréis transformer una noticia que siempre es un shock para
ellos en algo digerible con lo que puedan quedarse más tranquilos.
RELATO DE LOS TRES
REYES MAGOS
Apenas su padre se
había sentado al llegar a casa, dispuesto a escucharle como todos los días lo
que su hija le contaba de sus actividades en el colegio, cuando ésta en voz
algo baja, como con miedo, dijo:
- ¿Papá?
- Sí, hija, cuéntame….
- Oye quiero…. Que me digas la verdad.
- Claro hija. Siempre te la digo -respondió el padre un poco sorprendido.
- Es que….- titubeó Cristina.
- Dime hija.
- Papá ¿existen los Reyes Magos?
El padre de
Cristina se quedó mudo, miró a su mujer, intentando descubrir el origen de
aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro tan sorprendido como el suyo que
le miraba igualmente.
- Las niñas dicen que son los padres. ¿Es verdad?
La nueva pregunta
de Cristina le obligó a volver la mirada hacia la niña y tragando saliva le
dijo:
- ¿Y tú qué crees, hija?
- Yo no sé, papá: que sí y que no. Por un lado me parece que sí que existen porque tú no me engañas; pero, como las niñas dicen eso….
- - Mira, hija, efectivamente son los padres los que ponen los regalos pero….
- - ¿Entonces es verdad? -cortó la niña con los ojos humedecidos- ¡Me habéis engañado!
- No, mira, nunca te hemos engañado porque los Reyes Magos sí que existen -respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de Cristina
- Entonces no lo entiendo, papá.
- Siéntate, cariño, y escucha esta historia que te voy a contar, porque ha llegado la hora de que puedas comprenderla -dijo el padre, mientras señalaba con la mano el asiento a su lado.
Cristina se sentó
entre sus padres ansiosa de escuchar cualquier cosa que le sacase de su duda, y
su padre se dispuso a narrar lo que para él debió ser la verdadera historia de
los RRMM.
Cuando el Niño
Dios nació, tres Reyes que venían de Oriente guiados por una estrella se
acercaron al portal para adorarle. Le llevaron regalos en prueba de amor y
respeto, y el Niño Jesús se puso tan contento y parecía tan feliz que el más
anciano de los Reyes, Melchor, dijo:
- ¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían.
- ¡Oh sí! -exclamó Gaspar-. Es una buena idea, pero es muy difícil de hacer. Nos seremos capaces de poder llevar regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo. Baltasar, el tercero de los tres, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría comentó:
- Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar tiene razón, y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría difícil poder recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero sería muy bonito.
Los tres Reyes se
pusieron muy tristes al pensar que no podrían realizar su deseo. Y el Niño
Jesús, que desde su pobre cunita parecía escucharles muy atento, sonrió y la
voz de Dios se escuchó en el portal:
- “Sois muy buenos, queridos Reyes, y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme: ¿qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños?
- ¡Oh Señor! -dijeron los Reyes postrándose de rodillas. Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño, que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero no podemos tener tantos pajes, no existen tantos.
- No os preocupéis por eso -dijo Dios-. Yo os voy a dar no uno sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo.
- ¿Sería genial! Pero ¿Cómo es posible? -dijeron a la vez los tres Reyes con cara de sorpresa y admiración.
- Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños? -preguntó Dios.
- Sí. Claro, eso es fundamental -asintieron los tres Reyes.
- Y ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños?
- Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje -respondieron cada vez más entusiasmados los tres.
- Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?
Los tres Reyes se
miraron asintiendo y empezaron a comprender lo que Dios estaba planteando,
cuando la voz, de nuevo, se volvió a oír:
- Puesto que así lo habéis querido y para que en nombre de los Tres Reyes de oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, Yo ordeno que en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre y de vuestra parte regalen a sus hijos los regalos que deseen. También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y alrededor del Belén recordarán que gracias a los tres Reyes todos son más felices.
Cuando el padre de
Cristina hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó y dando un
beso a sus padres dijo:
- Ahora sí que lo entiendo todo, papá. Y estoy muy contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado.
Y corriendo se
dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano mientras decía:
- No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero.
Y todos se
abrazaron mientras, a buen seguro, desde el Cielo tres Reyes Magos contemplaban
la escena tremendamente satisfechos.