“A base de observar
uno aprende. A base de escuchar también. Tan solo se requiere estar atento.
Atención a la atención. Y corazón abierto” (Alex Rovira)
Pero es que sabiendo frenar vivimos. Porque
saber desacelerar es un “arte” que no todo el mundo adquiere. La RAE define
arte como la capacidad o habilidad
para hacer algo. Pues, de nuevo, no todo el mundo está capacitado para pararse.
Vamos al baño con los móviles y hasta los usamos dentro, salimos de vacaciones
y en lugar de descansar tenemos cada día prediseñado con anticipación de meses
(y retornamos al lugar de trabajo aún más cansados). ¿Qué has hecho estas
vacaciones? (cualquiera responde que nada, descansar, ¡anatema!. El fin de
semana ha de estar completito, en familia, sí, pero completo para poder contar
las obras y acciones realizadas en el café del lunes a primera hora en el
trabajo. Y vaya si de tanto programa lectivo no hemos llegado a todo en nuestros
días de descanso….. nos genera un estrés. El día de la operación salida de
vacaciones es siempre un agobio y fuente de ansiedad para llegar a la hora ,
cuando el inicio de un tiempo vacacional debería originar justo lo contrario:
los no horarios.
En nuestro entorno más cercano tenemos infinidad de muestras: si no eres de
los que ejecutas planes, cenas, visitas a cines, cafeterías con amigas de la
infancia, actividades deportivas (¡que no falten!), no eres molón, no entras en
el alabado grupo de los grandes aparentes y divertidos que, por supuesto, se
llevan de calle cual flautista de Hamelín al resto de followers irracionales
que envidian hasta la insensatez de la vida irreal del prójimo. Seguimos sin
entender que frenar provoca la profunda observación de lo circundante. Y cuando
observamos vivimos. Pues si estamos en ese presente estamos viviendo. El estar
componiendo plan tras plan no es vivir, sino un continuo pensar, que es estar
en otra realidad distinta a la vida que existe en cada instante.
La capacidad para no programarse y dejarse vivir el momento que toque no es
fácil, de ahí que se trate de una destreza que hay que educar y ejercitar. Por
eso, cuando hablamos del arte de parar expresamos una connotación competencial.
Implica una práctica perseverante, aunque solo por algún tiempo, pues llegado
un momento tu propia esencia te conduce naturalmente a ese cese de actividad.
Parar es otra manera de hacer y lo triste es que en Occidente hemos de forzarnos
conscientemente a ello. No acabamos de interiorizar que si nos detenemos
escucharemos lo que amamos. Al parar se observan las cosas que ocurren, y lo
que ocurre es la vida. La actividad incesante y apresurada en nuestro quehacer
diario nos lleva a un torbellino de ocupaciones que no nos dejan sentir el
presente. El “atareamiento” perpetuo no es realmente la vida que ocurre, sino
la programada y, por tanto, un mundo virtual que nada tiene que ver con la vida
real.
Y, por último, deberíamos desactivarnos en solitario. Parece que hoy en día
todo ha de emprenderse en comunidad, que no está mal, pero exacerbado termina
por no rendir. Somos seres sociales, sí, pero –de nuevo- podríamos utilizar
este atributo “colectivo” para dedicar los momentos de reunión en que
participemos a labores productivas de emociones, dedicar ratos de amor intenso
al que tengo al lado, de escucha, de conversación sanadora, de ayuda….. de presencia
incondicional con los demás en situaciones de angustia. Fuera de ésto,
deberíamos ser más solitarios, ya que para saborear el presente no es necesario
estar rodeado de nadie ni de nada. Basta estar conmigo mismo y lo que me rodea.