viernes, 16 de diciembre de 2016

Gestionar emociones: Comunicación no violenta.




"Las emociones hablan de mi, pero no son yo" (windymab)

No es sólo una labor de adultos gestionar unos sentimientos que se exteriorizan, muchas veces, impulsivamente.

Asistí recientemente a una conferencia de la psicóloga Elena Dapra Sobre cómo disfrutar con tus hijos de la (su) adolescencia. Muy clarificadora pues, aunque los basics nos son conocidos, en ocasiones es imprescindible un recordatorio que nos haga un repaso de conceptos ya cifrados como adultos. Me resultó interesante la afirmación según la cual no nos han educado para gestionar las emociones. Creo que, efectivamente, es cierto, ya que como adultos nos hemos visto forzados a gobernar nuestros impulsos, aplicando nuestro leal saber y entender, pero sin un proceso educativo previo. Nadie nos ha enseñado y hacemos lo que podemos (que en general no está nada mal, para un aprendizaje autodidacta y experiencial).

Sin embargo, nuestras relaciones interpersonales y sociales (en un sentido amplio) avanzarían mucho más positivamente si nos hubieran disciplinado (y nosotros educáramos ahora a nuestros niños, adolescentes y jóvenes) en la gestión de las emociones. Precisamente, los vaivenes de crispación, enfados, nervios, es decir exaltaciones desmesuradas de cualquier tipo (positivas o negativas), no se radicalizarían como estamos habituados.

Pues hay esperanza: la gestión de las emociones se aprende. Lo que ocurre es que desgraciadamente no se enseña (ni en la mayoría de los colegios ni en las familias). Pero se puede cultivar mediante técnicas que no son difíciles ni complicadas. Si nos instruimos convenientemente (o enseñamos a nuestros niños a ayudarse con estos métodos) lograremos que se estandaricen. A esto se le llama conseguir un hábito. Y en concreto el del control de las emociones es de lo más saludable. ¿Por qué? Pues porque si esta costumbre se ha interiorizado ya (es decir, si las emociones aparecen) entonces las puedo controlar.

Cuidado no confundamos “controlar” una emoción con “eliminarla”, ya que lo último no es posible. Con lo primero realizamos una administración consciente de nuestro ser más íntimo, nuestros sentimientos interiores, fruto de las lógicas y naturales pasiones diarias. Sin embargo, lo segundo es inviable ya que es imposible evitar su aparición (ni siquiera temporalmente), mucho menos erradicarla. Forman parte de nuestro universo íntimo en tanto que seres humanos. De lo que se trata es de dirigir el resultado; o bien pongo distancia ante esa emoción (porque ya he elaborado ese aprendizaje), la pongo nombre, la denomino y la permito estar en mí, o bien dejo que salga con toda su virulencia, sin procesarla. En el primer caso, yo me encargo de mi emoción (que existe, por supuesto, pero no me arrebata con ella); en el segundo caso, ella me dirige sin que yo pueda atisbar que se trata de una emoción subjetiva (que no un hecho), que me arrastra.

Las emociones desconectadas, desmadradas (inmaduras) sólo pueden agrandarse. Lo vemos a diario en continuos episodios (digamos que “ligeros”) como insultos si nos adelantan en coche, contracturas por atascos y enfados, estrés mal conducido, etc. Sin embargo, tras la gestión interiorizada se llega al control de aquéllas. Es un proceso que sigue su rumbo. Y personas más controladas emocionalmente son más libres, están emancipadas y actúan con independencia de sensaciones momentáneas.

¿Cómo emprender el camino?: hay tres fases en el proceso de gestión de emociones que finaliza en la educación en valores.

El primer tramo tiene que ver con la comunicación no violenta. Es decir, hablemos entre nosotros y hacia el otro con un lenguaje de vida, acerca de sus necesidades, no de juicios (ni siquiera valores), no de dominación. Enfoquemos las conversaciones de forma neutral atendiendo a los hechos, sin valoraciones (tener o no razón es el típico enunciado que nunca falla). Es una comunicación que cuida al otro pues le tiene en cuenta, se da cuenta de las necesidades de la otra persona que están escondidas en el diálogo. Se puede cultivar y es absolutamente enriquecedor. Lo que se logra es, precisamente, conseguir que las necesidades del otro queden cubiertas de la mejor manera posible. Pensemos que cuando alguien habla de forma violenta realmente está queriendo decir que sus necesidades están en riesgo, PERO no lo sabe expresar (incluso, ni siquiera sabe que no lo sabe expresar). Cuando nos comuniquemos con los adolescentes o niños (aunque también es aplicable a cualquier grupo humano), debemos hacerlo desde una posición de alguien que observa y sugiere una vez que ha entendido cuál es la necesidad del otro (y no es fácil decir qué queremos, deseamos y detestamos).

El Segundo paso tiene que ver con la gestión de las emociones. Quien acoge y se encarga de ellas o de sus sentimientos está en su centro, vive equilibradamente y lo proyecta. Más aún, si ciudadanos y sociedades civiles procedieran así la humanidad sería más amable. Sabiendo cómo estoy o me siento, entiendo al otro de enfrente y comprendo cómo puede estar y sentir.  Y si me respeto y acepto mis pasiones (que ellas también soy yo), automáticamente mi escala de valores se reconfigura, será distinta en relación conmigo mismo y con respecto al mundo exterior. Si poseo una gestión madura de mis emociones, las propias no me desbordan, como tampoco las externas.

Por crucial, comencemos  con nuestros alumnos, niños, jóvenes, adolescentes, nuevas generaciones, a hablar sobre sus sentimientos. Es liberador y conduce a la tan deseada resiliencia, a la adquisición de un correcto discernimiento, a un maduro autocontrol que a muchos se les escapa. Les haremos mucho bien ya que habrán aprendido desde pequeños a gestionar sus fortalezas: si uno conoce sus emociones es capaz de aplicar con total acierto sus fortalezas (que también habrá aprendido a reconocer) a cualquier adversidad, tiene suficientes “colchones internos” para hacerle frente.



Completado este segundo paso, se accede al tercero, lógico: la educación en valores. Ésta se obtiene cuando de las dos etapas anteriores se han obtenido resultados (de la comunicación no violenta y la adecuada gestión de emociones) aquéllos nos abocan irremediablemente a reflexionar y considerar otro tipo de universo propio de fundamentos. Éstos configurarán nuestro ADN interior. Ya no nos valdrá cualquier principio, hay una toma de consciencia de lo que para nosotros es de admirar y seguir, descartándose lo fatuo.




Los adultos de nuestra generación nos hemos visto abocados a aprender tramitar emociones por nuestra cuenta, siempre autodidactas y -aún y todo- nos cuesta en ocasiones frenarlas. Facilitemos esa instrucción a nuestros hijos para que, desde pequeños, recurran de forma normalizada a comunicarse sin violencia con el otro, a dar nombre y gestionar sus emociones internas sin rubor, a crecer en el autoconocimiento, a estar educados en (otros) soportes mucho más valiosos para una vida estable. Les habremos posibilitado mirar su futuro personal, social y profesional de una manera más afortunada.