miércoles, 2 de noviembre de 2016

Amanece



He vuelto a ver amanecer. Las cinco y media dan en el reloj. Corre inexorablemente ligero.

Todo se mueve, fluye, discurre soñoliento. Gira pausada la Tierra. Como cada día se hace la luz, que ha ganado a las tinieblas.

Las colinas a mi frente se dibujan nítidas. Forman un claroscuro interesante, inconfundible, trazado a tiralíneas por los arquitectos del tiempo. Son casi horizontales las líneas que planean las cimas más cercanas. Sin embargo, si afino la mirada, encuentro dos montículos alejados, redondos, rechonchos, que me desean buenos días.

A mi izquierda, tres filas montañosas escalonadas en altura, de un hondo negro la primera, más grisácea la segunda. Concluye la última hilera en un blanco plateado, pues no es sino espejo rebotante del sol que afronta henchida.

Cumplido silencio, tan solo rasgado por los aspersores que resuenan, cántico espiritual!. La hierba vibra a sus pies, los plátanos aplauden el monzón mañanero. Penetra una humedad perezosa que, por momentos, impregna el poroso paisaje, inunda el ambiente. Una polilla vuela lánguida, se debate entre la vida y la plácida muerte.

Las farolas encendidas indican la dirección, todavía cumplen su finalidad. El resto permanece calmo, aún soñoliento. Nada en ti es arrogante ni altanero, sencillamente apareces en el horizonte, siempre humilde, atento y puntual. Al fondo, las cumbres más ennegrecidas dan la bienvenida a la mañana entre brumosa soledad.

La luz de un dulce dorado, todavía sombrío, de un blanco amarillento, se desenmascara sin ardor. En lo alto coloniza el cielo una avioneta. Deja su sempiterna estela, mientras descubre la magia estratosférica del amanecer. El día le va persiguiendo -implacable y jactancioso -, por apresurado que el motor ruja, la luz le comerá.

Los pájaros han despertado ya, se unen a la fiesta apátrida, aletean dichosos y levantan enérgicos su vuelo en grupos de cinco. Otros aguardan legañosos mientras saludan con un escueto gorjeo. Templan su canto al redescubrir una nueva jornada, pronto se unirás a la bandada, urge buscar alguna baya o grano seco que sosiegue el vientre bramador.

Un balón de un naranja llamativo reposa en el centro mismo del césped. Contrasta su colorido vivaz con el manto suavemente verdoso que le rodea. Ha sido olvidado en el fragor incesante de una bélica contienda infantil. Quedo espera el rescate, soñando hoy –muy cauto- ser centro de otro partido ritual.

De súbito emerge en lontananza un estrecho camino parduzco. Se abre hasta la cima del risco, a la explanada del santuario donde rogar por pecados perdonados, por la salud del mundo en la encrucijada.

La luminosidad, ahora claramente blanca, embriaga el ambiente. Los riesgos terminan su función. Aplausos. Campanillas de ovejas tañen lejanas. Ya es de día tras la colina, alumbra radiante el sol.