La encontraréis en la
Fundación Juan March (Madrid). La muestra ya ha pasado por las sedes de la
fundación en Palma y Cuenca (insertadas en los espacios tan especiales que
albergan ambos museos), ahora la podemos disfrutar en la capital, hasta el 15
de enero de 2917. Una exposición para exhibir el sonido mostrando en espacios
diseñados normalmente para la mirada, ¿cómo?, pasad y disfrutad…!
Aborda un concepto interesante y arriesgado.
Parece que tuvo buena acogida en las otras dos ocasiones que se expuso, veremos
qué ocurre en Madrid. Me ceñiré a una visión sobre lo que allí vais a
encontrar. Se inicia el recorrido con el recuerdo a los “Encuentros de
Pamplona” (1972) como punto de partida del comienzo de “nuevos comportamientos
artísticos” y cierre de las vanguardias. Nos adentraremos en una exhibición,
digamos, poli-sensorial.
Es el comienzo en España de una perspectiva
del arte musical mediante la experimentación que vino propiciada por los
avances tecnológicos de la época (Años 60-70). Se usaban máquinas variopintas
accionadas por motores e, incluso, por el público visitante (una de las
características recurrentes de este movimiento), que provocarán infinitas
combinaciones de luz y color unidas al sonido (Lugán Marco y su “Artelectrónica”, con sus grifos sonoros,
Bienal de S. Apulo, 1973). O construcciones artísticas (el “Transconductor”, de Juan Navarro
Baldeweg) donde el espectador debe tocar para escuchar sonidos (manipulación,
el tacto, mirada y escucha); obras audio-visuales-tácticas (ensayos con
máquinas de escribir cuyos mensajes de dolor, alegría, escritos por los
visitantes de la exposición “Luz y sonido
de una máquina de escribir” (1970)
se trasladan al lenguaje de los
ruidos grabados en una cinta. La oferta de José Mª Cruz Novillo ( “Diafragma
dodecafónico analógico”) es sugestiva, por sus posibilidades interminables:
interpretada por un corno inglés, escuchamos todas las combinaciones posibles
de 12 colores + 12 sonidos + 12
fragmentos de tiempo.
Bebieron de impresionistas musicales como
Debussy, creador del sonido de la modernidad, influenciado por la música
diferencial (el gamelan japonés), incorporó influencias de culturas como la
gitana u oriental e investiga en ellas sus sensaciones visuales e incluso
olfativas. Sus composiciones magistrales ya se llenaban de color y texturas
(sinestesia conceptual) y, ¡cómo no!, tuvieron mala fama entre la sociedad de
su época por extravagantes y radicales. Pero a este noctámbulo y enfant
terrible de las mujeres le siguieron Bártok o Stravinsky o Scriabin.
Por contextualizar de forma más global el devenir
de este arte, es obligado mencionar también a destacados artistas, escritores y
compositores (estos últimos no para todos los gustos), que nos dejaron obras
compositivas interesantes. Me refiero a M. Proust, Ch. Baudelaire (decían de él
que sonidos, olores y colores estaban vinculados para él), Vladimir Nabokov
(veía colores en los números). Luego llegaron Rimsky-Korsakov, Györg Ligety (“Poema sinfónico para cien metrónomos”). Son todas manifestaciones de música y
sentidos, que hasta se expresaron en el cine (Javier Aguirre entre otros, que
ofrecía escuchas originales en donde la música que acompaña a la imagen ahora
se relaciona con ella de una manera paritaria, una nueva perspectiva) . Algunos
de estos creadores eran sinestésicos, una facultad que se ha concebido como una
enfermedad y que es más común de lo que parece. Y ellos enriquecían su
creatividad cuando creaban por sus capacidades perceptivas mayores que las del
resto de los mortales. Dotaban a sus creaciones de una profunda sensibilidad.
Esta fundación nos quiere también aproximar
al universo de la sinestesia, en el sentido más amplio. Una
proposición provocadora y valiente, aunque tiene lógica. Y nos propone
conciertos y actividades relacionadas con este mundo tan particular que algunos
autores (Olivier Messiaen) lo vivían como un auténtico
calvario. Por cierto, que Debussy era otro ejemplo. O Georg F. Haas (su Cuarteto nº 3 es de una impaciente calma). Hoy
incluso se han desarrollado video juegos que generan experiencias parecidamente
sinestésicas para aproximar a esta realidad a quien no tiene esta capacidad (me
gusta la combinación que hace “Audiosurf” porque me parece que acerca el
lenguaje del sonido, el color, visualización de imágenes y la manipulación a lo
que puede ser una práctica de este tipo.
No dejéis de fijaros en las propuestas de
poemas sonoros de Isidoro Valcárcel (1992). Unas partituras gráficas sonoras de
escritos de Gª Lorca, Pedro Salinas o Azorín: sorprendentes y lúdicas (sonidos
de relojes y aleteos superpuestos de pájaros más hojas; golpes de martillo
sobre yunque con canto de gallo manipulado, o bien lentejuelas y cuentas
frotadas más ruido de estrellas para sonorizar poemas de Gª Márquez…. es fácil
imaginarlo!). También merecen mención el “El libro de las íes” o el de las
“jotas”, de José Castillejo (1969), que me ha recordado los Nonsense Madrigals, cuando en uno de ellos
musicaliza el alfabeto. Termina la exposición con muestras actuales de arte
sonoro, y destaco (por diferente) el laboratorio microbiano en el que
escucharemos la transcripción al ámbito musical de los patrones de
comportamiento de ciertos microbios (Ricardo Climent y Quan Gan: “Oxidising the
Spectrum”, 2004).
Por último, y entre tanta sinestesia y
experimentación, tenemos algunas obritas maravillosas de Abel Martín
(Metempsicosis, 1968) que se pierden entre las referencias a la revista
“Sonda”, fundada por Juventudes Musicales (1967-1974) y la edición en
aguafuerte de la Trisoneta (F.Zóbel) que es en sí misma una manifestación de
intenciones del movimiento sonoro. “Inteligencia sumergida en música/ Nada
concreto/ Sólo palpable el instrumento/ Sensual hasta en la forma”. Disfrutad
también de los cuadros, de estética tan exquisita siempre, de Pablo Palazuelo,
maquetas para los decorados de “Sonorité
jaune” de W. Kandinsky. O las 6 serigrafías sobre papel realizados por
ordenadores pre-programados (Abel Martín, 1970), partituras gráficas de Llorenç
Barberde, muy al estilo dada, o las Cuatro Estaciones de Eusebio Sempere, dejan
un gusto armónico al final.