viernes, 11 de noviembre de 2016

Escuchar con los ojos. Arte sonoro en España. Una exposición resonante.






La encontraréis en la Fundación Juan March (Madrid). La muestra ya ha pasado por las sedes de la fundación en Palma y Cuenca (insertadas en los espacios tan especiales que albergan ambos museos), ahora la podemos disfrutar en la capital, hasta el 15 de enero de 2917. Una exposición para exhibir el sonido mostrando en espacios diseñados normalmente para la mirada, ¿cómo?, pasad y disfrutad…!


Aborda un concepto interesante y arriesgado. Parece que tuvo buena acogida en las otras dos ocasiones que se expuso, veremos qué ocurre en Madrid. Me ceñiré a una visión sobre lo que allí vais a encontrar. Se inicia el recorrido con el recuerdo a los “Encuentros de Pamplona” (1972) como punto de partida del comienzo de “nuevos comportamientos artísticos” y cierre de las vanguardias. Nos adentraremos en una exhibición, digamos, poli-sensorial.


Es el comienzo en España de una perspectiva del arte musical mediante la experimentación que vino propiciada por los avances tecnológicos de la época (Años 60-70). Se usaban máquinas variopintas accionadas por motores e, incluso, por el público visitante (una de las características recurrentes de este movimiento), que provocarán infinitas combinaciones de luz y color unidas al sonido (Lugán Marco y su “Artelectrónica”, con sus grifos sonoros, Bienal de S. Apulo, 1973). O construcciones artísticas (el “Transconductor”, de Juan Navarro Baldeweg) donde el espectador debe tocar para escuchar sonidos (manipulación, el tacto, mirada y escucha); obras audio-visuales-tácticas (ensayos con máquinas de escribir cuyos mensajes de dolor, alegría, escritos por los visitantes de la exposición “Luz y sonido de una máquina de escribir” (1970)  se trasladan  al lenguaje de los ruidos grabados en una cinta. La oferta de José Mª Cruz Novillo ( “Diafragma dodecafónico analógico”) es sugestiva, por sus posibilidades interminables: interpretada por un corno inglés, escuchamos todas las combinaciones posibles de 12 colores +  12 sonidos + 12 fragmentos de tiempo.


Bebieron de impresionistas musicales como Debussy, creador del sonido de la modernidad, influenciado por la música diferencial (el gamelan japonés), incorporó influencias de culturas como la gitana u oriental e investiga en ellas sus sensaciones visuales e incluso olfativas. Sus composiciones magistrales ya se llenaban de color y texturas (sinestesia conceptual) y, ¡cómo no!, tuvieron mala fama entre la sociedad de su época por extravagantes y radicales. Pero a este noctámbulo y  enfant terrible de las mujeres le siguieron Bártok o Stravinsky o Scriabin.


Por contextualizar de forma más global el devenir de este arte, es obligado mencionar también a destacados artistas, escritores y compositores (estos últimos no para todos los gustos), que nos dejaron obras compositivas interesantes. Me refiero a M. Proust, Ch. Baudelaire (decían de él que sonidos, olores y colores estaban vinculados para él), Vladimir Nabokov (veía colores en los números). Luego llegaron Rimsky-Korsakov, Györg Ligety (“Poema sinfónico para cien metrónomos”). Son todas manifestaciones de música y sentidos, que hasta se expresaron en el cine (Javier Aguirre entre otros, que ofrecía escuchas originales en donde la música que acompaña a la imagen ahora se relaciona con ella de una manera paritaria, una nueva perspectiva) . Algunos de estos creadores eran sinestésicos, una facultad que se ha concebido como una enfermedad y que es más común de lo que parece. Y ellos enriquecían su creatividad cuando creaban por sus capacidades perceptivas mayores que las del resto de los mortales. Dotaban a sus creaciones de una profunda sensibilidad.


Esta fundación nos quiere también aproximar al universo de la sinestesia, en el sentido más amplio. Una proposición provocadora y valiente, aunque tiene lógica. Y nos propone conciertos y actividades relacionadas con este mundo tan particular que algunos autores (Olivier Messiaen) lo vivían como un auténtico calvario. Por cierto, que Debussy era otro ejemplo. O Georg F. Haas (su Cuarteto nº 3 es de una impaciente calma). Hoy incluso se han desarrollado video juegos que generan experiencias parecidamente sinestésicas para aproximar a esta realidad a quien no tiene esta capacidad (me gusta la combinación que hace “Audiosurf” porque me parece que acerca el lenguaje del sonido, el color, visualización de imágenes y la manipulación a lo que puede ser una práctica de este tipo.


No dejéis de fijaros en las propuestas de poemas sonoros de Isidoro Valcárcel (1992). Unas partituras gráficas sonoras de escritos de Gª Lorca, Pedro Salinas o Azorín: sorprendentes y lúdicas (sonidos de relojes y aleteos superpuestos de pájaros más hojas; golpes de martillo sobre yunque con canto de gallo manipulado, o bien lentejuelas y cuentas frotadas más ruido de estrellas para sonorizar poemas de Gª Márquez…. es fácil imaginarlo!). También merecen mención el “El libro de las íes” o el de las “jotas”, de José Castillejo (1969), que me ha recordado los Nonsense Madrigals, cuando en uno de ellos musicaliza el alfabeto. Termina la exposición con muestras actuales de arte sonoro, y destaco (por diferente) el laboratorio microbiano en el que escucharemos la transcripción al ámbito musical de los patrones de comportamiento de ciertos microbios (Ricardo Climent y Quan Gan: “Oxidising the Spectrum”, 2004).


Por último, y entre tanta sinestesia y experimentación, tenemos algunas obritas maravillosas de Abel Martín (Metempsicosis, 1968) que se pierden entre las referencias a la revista “Sonda”, fundada por Juventudes Musicales (1967-1974) y la edición en aguafuerte de la Trisoneta (F.Zóbel) que es en sí misma una manifestación de intenciones del movimiento sonoro. “Inteligencia sumergida en música/ Nada concreto/ Sólo palpable el instrumento/ Sensual hasta en la forma”. Disfrutad también de los cuadros, de estética tan exquisita siempre, de Pablo Palazuelo, maquetas para los decorados de “Sonorité jaune” de W. Kandinsky. O las 6 serigrafías sobre papel realizados por ordenadores pre-programados (Abel Martín, 1970), partituras gráficas de Llorenç Barberde, muy al estilo dada, o las Cuatro Estaciones de Eusebio Sempere, dejan un gusto armónico al final.