“Tenía
que decidirse entre una cosa a la que se había acostumbrado y una cosa que le
gustaría tener” (El Alquimista. Paulo Coelho)
Fue un artículo que leí hace tiempo.
Básicamente dice que en España nuestros jóvenes representan lo contrario que
sus padres. Éstos últimos fueron niños de la posguerra y se vieron abocados a
una juventud muy breve ya que las circunstancias les exigían crecer deprisa y pasar
a la edad adulta antes de tiempo. Al revés que los adolescentes de hoy en día:
se hacen adultos e independizan mucho más tarde, lo que no es neutral, les
genera más frustración, sentimiento de (además del problema social aparejado).
Las generaciones de jóvenes actuales son
inteligentes, tienen un nivel de educación muy por encima de los progenitores
en muchos casos, así como una vida razonablemente cómoda en la mayoría de los
casos, pero hay un halo de desgana que no cesa en ellos, una inactividad cultural
mayúscula, lo que genera apatía, desorden, baja tolerancia a la frustración y
poca eficiencia en la resolución de conflictos (nunca se han visto en
situaciones reales con las que enfrentarse y crear una solución de salida
válida). Una vida fácil en casa y una transición a la vida adulta retardada predispone
a estos jóvenes a una incapacidad de ser responsables y autónomos. Hablo en
términos generales y por tanto, excluyo a todos aquellos de nuestros jóvenes de
altas capacidades personales, intelectuales y sociales que quedan eximidos de
este discurso.
Sin perjuicio de que las condiciones
socioculturales y económicas de cada país influyen en estos datos, parece que ,
en concreto, la familia española es excesivamente paternalista y educa a los
hijos en un mundo en el que se evaden los problemas y no exige mucho a quienes
deberían ya haberse independizado. Fomentamos un sistema “pasivo”, tanto desde
casa como desde el método educativo tradicional. No se enseña a tomar
decisiones (se enseña a obedecer), ni se educa la inteligencia ejecutiva (el
talento) en los adolescentes. Y cómo lo hagamos es determinante para la
correcta madurez de nuestros vástagos.
Primero, en el compromiso: si no se
valora y estimula desde el hogar la natural emancipación, estarán a la “sopa
boba” en casa pues no sienten que tienen nada que luchar. Hasta que salen del
nido deben y tienen que apoyar, colaborar, ayudar a sostener el grupo, es
decir, exigirles formas de compromiso en tanto en cuanto permanezcan con
nosotros, porque son de absoluta importancia para su futuro social y personal,
junto con su capacidad de discriminación, correcto dilucidar y estar centrados
consigo mismos.
Segundo, eduquémosles determinadas competencias
necesarias para completar una maduración adecuada en relación con su entorno
exterior. Y hay que fomentarlas en el entorno familiar (que no es sino el
tablero de juego en el que ellos experimentarán sus relaciones personales en un
ambiente de amor y tolerancia). Éstas son: la capacidad de análisis (hablamos
de observación, introspección, comparación y evaluación del entorno), empatía,
ilusión (amar la vida apasionadamente), recursos personales (sentido crítico para
elegir rectamente con quien se rodean y extraer conclusiones). Elegir, como
hemos visto, es tomar decisiones en valores (universales).
No debemos permitir que les inunde la
desafección por el mundo que les rodea porque la apatía mata el espíritu
innovador y decidido, bloquea, no moviliza las pasiones, ni empuja a la acción.
Responsabilizarles, capacitarles, apasionarles es una tarea que nos corresponde
a nosotros para evitar una obsolescencia programada en nuestros hijos y jóvenes.