Es alarmante. Mientras en diciembre del año
pasado nos reponíamos y los intentos
regulatorios para su eliminación, mientras leemos la escalofriante admisión
de Apple sobre la posible
obsolescencia de los i-phones para forzar la compra de nuevos modelos
(aunque la historieta viene, de hecho, desde tiempos lejanos cuando se alzaban
las primeras voces sobre la caducidad programada de neveras, lavadoras, medias
de mujer o bombillas de escasos encendidos, nos desayunábamos estos días
pasados con dos noticias que preocupan:
Las
redes sociales confiesan que utilizan “ganchos” para mantener a los usuarios
permanentemente conectados a las redes sociales y a internet (para “explotar
la vulnerabilidad psicológica humana”) algo que todos presumíamos pero que
hasta ahora no se había destapado tan fervientemente (Sean Parker, ex presidente
de Facebook, entre otros muchos que ya se sumaron hace un par de años a esta
corriente) ni, mucho menos, declarado públicamente. Si ya se nos hace, como
adultos, difícil centrarnos (“the ability to focus”) mientras trabajamos o
estudiamos o elaboramos un informe (la
tasa de productividad de las empresas ha decrecido, precisamente, por este
mismo motivo, para lo que se han introducido en muchas de ellas técnicas mindfulness de concentración dirigidas para
aumentar la concentración de los trabajadores), qué tan devastador será la
conexión constante para personas en riesgo de exclusión, con baja autoestima, niños
y adolescentes nativos digitales (advierte la FAD repetidamente). Nos podemos
encontrar con ejemplos aterradores, niños empantallados viviendo mundos
virtuales, que no distinguen realidad de ficción, con déficit de atención y –como
apunta el artículo- dependientes o con síndrome de abstinencia cuando tienen
que enfrentarse a periodos de lo que se denomina desintoxicación digital.
Recompensas variables, colores llamativos, estímulos
permanentes, vibración constante anunciando nuevas entradas o actualizaciones, el
síndrome del plato sin fondo, Instagram puede llegar a esconder los ‘likes’ que
verdaderamente tienes si no has consultado recientemente la app para
provocarte. Da miedo, verdaderamente. En particular, los smartphones nos han
hecho más ansiosos, vulnerables, nuestra capacidad de memorizar ha decrecido, también
nuestra creatividad y el tiempo que dedicamos a estar en familia o con nuestros
hijos. Hasta 5 horas se pueden pasar los usuarios norteamericanos de
smartphones consultando sus dispositivos. La triste tendencia de las madres en
Canadá, parece, es consultar el móvil, insta, facebook y dar ‘likes’ mientras
se amamanta a los bebés.
Es para pensarse darse de baja en todas las
app y, casi, volver al móvil digital. Algo menos drástico es educar a las
nuevas generaciones (a contracorriente, claro) en las bondades del sistema con
un control férreo sobre ellos en cuanto a tiempos de uso, accesos permitidos y
prohibidos, etc. “France
plans to ban mobile phones from primary and secondary schools, including
between classes and during lunch breaks. "We must come up with a way of
protecting pupils from loss of concentration via screens and phones," said
French education minister Jean-Michel Blanquer”. Hay
que empezar a regular sin tantos claroscuros las fronteras que no se deberían
sobrepasar. Nuestro cerebro, a día de hoy, no está preparado para absorber la
información que vomita el rápido mundo digital. Nos centramos en lo que no nos
cuesta (información más superficial) y descartamos lo importante (porque al
cerebro le cuesta más trabajo y es perezoso).
Y ya para
tener el big picture completito, hablemos de la parte psicológica: tanta
conexión fomenta nuestra incapacidad para estar solos. Y la soledad es
necesaria porque nos lleva a contactar con nuestra forma más esencial de
nosotros mismos y nuestra única verdad de lo que somos. Si ya nos cuesta
(porque rechazamos la soledad y siempre hemos de estar acompañados), más aún
teniendo una excusa: la conexión a redes, móviles, etc. Y es de enorme
importancia quedarse con uno en soledad, pues es el único escenario en el que
nos enfrentaremos a nuestra historia emocional. La soledad y el silencio de
cada uno es la que nos hace únicos porque allí residen nuestras fragilidades,
dudas, carencias e inseguridades y, con un buen trabajo, saldremos reconocidos
y aprenderemos a amarnos. Si desde niños hemos ido experimentando las
separaciones con la figura de la madre y la del padre, estar solos no será un
problema, será la solución, y quizás nos reforzará para enfrentarnos a un mundo
más desenchufado.