lunes, 8 de enero de 2018

CÉSAR PATERNOSTO. Hacia una pintura objetual






Mi aportación testimonia mi aspiración de hacer de la pintura un objeto que hay que leer integralmente” (César Paternosto)



El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza nos propone, hasta el 28 enero (entrada gratuita), en el Balcón planta 1ª, unas obras seleccionadas por el propio artista, algunas de su propia colección (en Segovia, donde reside) y otras cedidas por Galerías, además de las de la colección de Carmen Thyssen. Son ejemplos de lo que quiere ser una muestra de la historia de la pintura en tanto que objeto (una tela cosida, ya no es ventana de representación de escenografías, de naturalezas o bodegones, el lienzo cuadrado (la “pantalla óptica” que la llama Paternosto) pasa a ser una “cosa” a la que progresivamente se le irán añadiendo arenas, arpilleras, maderas, periódicos, cuerdas (aquí se inserta la tradición mondrianesca de sus cintas adhesivas de colores tras descubrirlas en Nueva York, con la obra “New York City 3 (inacabado)”).

¿Dónde innova Paternosto? Su expresión máxima de la objetualidad del lienzo tiene lugar cuando, en febrero de 1969, abandona la pintura en el lienzo frontal para trasladarla a los laterales del bastidor (que se agrandan para acoger la obra). Un salto al vacío. Toda una revolución conceptual pues el espectador tiene que interpretar la obra desde una acercamiento lateral. “La pintura ya no se ofrece a la mirada, sino que se oculta y el espectador, como dice el artista, tiene que ir a buscarla en un acercamiento oblícuo” (Guillermo Solana, introducción al libro de esta muestra: “César Paternosto, hacia una pintura objetual”). Es la dispersión de la pintura a los laterales propia de Mondrian (del que se nutre) llevado a la máxima expresión: su ausencia en el cuadrado frontal para esconderla en los lados.

Además de sus reconocidas “obras laterales” de galerías privadas, también encontramos a Picasso, Mondrian, Torres-García (traído a la exposición “Madera planos de color” pues representa la retícula mondrianesca fruto del encuentro de ambos artistas) o Gris, además de sus experimentaciones de lápices acuarelables sobre lienzo (“Hilos de agua, Intervals”) que quieren ser un homenaje a la abstracción de la tradición del trenzado textil interpretada desde tiempo inmemorial.

Un delicioso “1.2.1.2.” (1972) que refleja un azul turquesa aguado en la misma pared (que intensifica la cualidad de objeto del cuadro, que se traslada a los muros de la sala, por lo que la obra queda integrada en la realidad y forma parte de ella) mientras que la representación de los bastidores se va abriendo escalonadamente en una estructura de foco, en un sentido como en otro. Igual que Mondrian, para Paternosto el blanco no es el vacío, porque (ambos) lo delimitan o bien en los bordes o bien en los laterales, es perfectamente válido dejarlo en blanco y así lo disfrutaremos en esta escueta pero fantástica muestra de toda una evolución a través del tiempo sobre el cambio de significado de la pintura.