“Mi aportación testimonia mi aspiración de
hacer de la pintura un objeto que hay que leer integralmente” (César
Paternosto)
El
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza nos propone, hasta el 28 enero (entrada
gratuita), en el Balcón planta 1ª, unas obras seleccionadas por el propio
artista, algunas de su propia colección (en Segovia, donde reside) y otras
cedidas por Galerías, además de las de la colección de Carmen Thyssen. Son
ejemplos de lo que quiere ser una muestra de la historia de la pintura en tanto
que objeto (una tela cosida, ya no es ventana de representación de
escenografías, de naturalezas o bodegones, el lienzo cuadrado (la “pantalla
óptica” que la llama Paternosto) pasa a ser una “cosa” a la que progresivamente
se le irán añadiendo arenas, arpilleras, maderas, periódicos, cuerdas (aquí se
inserta la tradición mondrianesca de sus cintas adhesivas de colores tras
descubrirlas en Nueva York, con la obra “New York City 3 (inacabado)”).
¿Dónde innova Paternosto? Su expresión máxima
de la objetualidad del lienzo tiene lugar cuando, en febrero de 1969, abandona la
pintura en el lienzo frontal para trasladarla a los laterales del bastidor (que
se agrandan para acoger la obra). Un salto al vacío. Toda una revolución
conceptual pues el espectador tiene que interpretar la obra desde una
acercamiento lateral. “La pintura ya no se ofrece a la mirada, sino que se
oculta y el espectador, como dice el artista, tiene que ir a buscarla en un
acercamiento oblícuo” (Guillermo Solana, introducción al libro de esta muestra:
“César Paternosto, hacia una pintura objetual”). Es la dispersión de la pintura
a los laterales propia de Mondrian (del que se nutre) llevado a la máxima
expresión: su ausencia en el cuadrado frontal para esconderla en los lados.
Además de sus reconocidas “obras laterales” de
galerías privadas, también encontramos a Picasso, Mondrian, Torres-García (traído
a la exposición “Madera planos de color” pues representa la retícula mondrianesca
fruto del encuentro de ambos artistas) o Gris, además de sus experimentaciones
de lápices acuarelables sobre lienzo (“Hilos de agua, Intervals”) que quieren
ser un homenaje a la abstracción de la tradición del trenzado textil interpretada
desde tiempo inmemorial.
Un delicioso “1.2.1.2.” (1972) que refleja un
azul turquesa aguado en la misma pared (que intensifica la cualidad de objeto
del cuadro, que se traslada a los muros de la sala, por lo que la obra queda
integrada en la realidad y forma parte de ella) mientras que la representación
de los bastidores se va abriendo escalonadamente en una estructura de foco, en
un sentido como en otro. Igual que Mondrian, para Paternosto el blanco no es el
vacío, porque (ambos) lo delimitan o bien en los bordes o bien en los laterales,
es perfectamente válido dejarlo en blanco y así lo disfrutaremos en esta
escueta pero fantástica muestra de toda una evolución a través del tiempo sobre
el cambio de significado de la pintura.