Estuve en la
reunión de inicio de curso del colegio (en mi caso, para la ESO) y nos contaba
la tutora que los alumnos (osea, nuestros hijos) creían y le habían dicho que eran la mejor clase de
los tres grupos que cursan tercero este año.
Me hizo pensar, precisamente, en
el efecto Pigmalión. Si ellos se lo creen de sí mismos, no les bajemos los
humos (lo que no está en contradicción con la humildad o con la presión mal
enfocada, no confundamos, no nos mintamos). Fomentemos su creencia y empujémosles
para que den aún más (a estas edades su cerebro es capaz de asimilar datos e
información a velocidades de relámpago). Los educadores siguen siendo sus
referentes y autoridad, tanto para los niños como para adolescentes. Si el alumno percibe de
ellos una plena confianza en su capacidad de mejora porque se miran en un espejo
que les refleja la idea de que son capaces de rendir más, al final de curso hasta
nos sorprenderían en lo que a su evolución académica se refiere.
¿Por qué? El
poder de las expectativas, en sí mismo considerado, sin connotaciones, puede
ser aniquilador y corrosivo o bien catapultador
y constructivo, aunque cueste creerlo. No solo ha quedado en el mero mito del
escultor afanado y enamorado de su obra Galatea, en la gran pantalla con My fair Lady y
Pinocho, o recreado por Ovidio en sus Metamorfosis. También se ha estudiado por
sociólogos, matemáticos, físicos y por supuesto psicólogos. Y es que tiene
mucha importancia lo que los demás esperan de nosotros –bueno o malo- porque
incluso sin querer podemos estimular sus actitudes y habilidades. Si enviamos mensajes o creencias negativos a nuestros hijos, del
tipo “como te organices así de mal no vas a obtener ningún buen resultado” podemos
hacer que el resultado de la predicción se cumpla (y no por arte de magia): la “profecía
auto-cumplida”. Cuidado con las perspectivas que les lanzamos en nuestros
comentarios.
Dicho de otra
manera: si depositamos grandes esperanzas en ellos, se les contagiará ese
sentimiento y nuestros hijos tendrán más posibilidades de incrementar su
atención, eficacia y desarrollo coginitvo. Con este comportamiento, ellos perciben
que hay un fuerte deseo de sus padres que les impulsa (de igual manera que si
hay miedo en nosotros les provocaremos temor, que más pronto que tarde aparecerá).
Los humanos tenemos
la libertad de elección y, con ella, de salida. Podemos por tanto preferir la
diferencia, las rutas alternativas, la elección divergente. O bien podemos
escoger la rutina, la conformidad, la homogeneidad. Transformemos pues nuestra manera de esculpir sus habilidades.
Decía Einstein
que no hay un signo más claro de demencia que hacer algo una y otra vez (de
forma idéntica) y esperar que los resultados sean diferentes. Pues modifiquemos
los itinerarios e indaguemos en la disimilitud. Y decía alguien también que teñimos
la realidad con nuestros propios filtros (prejuicios, expectativas, ideas
preconcebidas” porque “vemos
el mundo en la medida en que era útil verlo en nuestro pasado” y esa
información cerebral guardada y pasada es la que nos transmite una (falsa)
sensación de lo que tenemos alrededor.
Como digo, el pensamiento lateral, creativo,
diferencial están en auge. Escuelas de negocios, universidades, editoriales,
entendidos y eruditos en el asunto nos dan cuenta de ello. Y es que
las rutas mentales de nuestro cerebro quedan grabadas en él. Está comprobado. Las
negativas destruyen y frenan al individuo, le limitan e, incluso, llegan a
destruir. Por el contrario, las positivas crean, edifican y le instan a renacer.
De ahí la importancia básica del pensamiento positivo (esto tampoco es nuevo,
al menos no lo es en Oriente). Si
–como decíamos- cualquier
fenómeno de la realidad el cerebro se lo guarda generando un nuevo sendero
mental, significa que cualquier episodio que experimentemos termina en nuestro
pensamiento. Bien, si esos pensamientos son negativos, se quedará grabada una
carretera negativa, de manera que cuando presenciemos un incidente
similar a aquél, reaccionaremos negativamente. A sensu contrario, si elegimos reformular provechosamente esa
situación, la senda marcada se habrá grabado con esa
misma orientación.
Es esencial “positivizar”
nuestro cerebro,
nos va en ello nuestra salud mental y la consecución de mejores logros. No es
baladí qué clase de pensamientos se generen ante cualquier
situación cotidiana (por nimias que se nos antojen), ya que no serán iguales
las rutas originadas en nuestro cerebro y, en consecuencia, la manera de
afrontar o entender el mundo que nos toca vivir.
Pero la buena
noticia es que podemos elegir qué ruta mental va a gestar nuestro
pensamiento, podemos elegir ser víctimas o beneficiarios, líderes o seguidores,
innovadores o inmovilistas. Y si -desde luego- merece la pena aplicárnoslo a
nosotros mismos, está también en nuestras manos ayudar a nuestros hijos a
construir autopistas mentales provechosas. Podemos enseñarles a ser mártires de
estas orientaciones destructivas (o cuando menos, no positivas), o líderes y
dueños de un pensamiento edificante.
En resumen, implementemos
dos actitudes: (1) un enfoque alternativo que neutralice y anule las rutas
mentales negativas y las sustituya por otras provechosas y estimulantes y (2) alentemos
la actitud de nuestros hijos generando creencias, expresiones y lenguaje no
verbal positivos hacia ellos; condicionemos (sin avergonzarnos) su pensamiento y
actitud con nuestras expectativas positivas sobre sus capacidades y rendimiento.
Ésto puede cambiar por completo sus crecimiento académico y reforzar su autoestima.
Tenemos una ventana
de oportunidad a nuestro alcance, ¡¡no la desaprovechemos!!