Ha caído en mis manos este interesante
post de Terremoto.net. Me he
sentido identificada plenamente en su aproximación. Se ciñe al ámbito de los
diseñadores, pero en mi opinión puede ampliarse a cualquier otro campo en el
que se necesite un estudio pormenorizado y profundo de una materia cualquiera.
Otra reflexión…: es curioso cómo
se retorna una y otra vez a los filósofos.
Ellos, los sabios de todas las épocas acertando de pleno, mucho antes de
que el mundo fuera mundo (y cuánta cantidad de conocimiento nos queda a algunos
que, como yo, nos confesamos novatos ante tanta sabiduría, pero con tantas
ganas de adentrarnos cada día en el conocimiento verdadero).
Más reflexiones…. La curiositas
fomenta la desmemoria que, como está harto
de reivindicar José
Antonio Marina, su contrario, memorizar es absolutamente esencial para el
desarrollo del cerebro. Pero, claro, si todo se nos da a “pizas”, como si
salpicáramos con un poquito de sal una paella y con ello pensáramos
¡insensatos! Que tal manjar se cocina deprisa y con tal y único condimento….
¡estamos listos! Una generación desmemoriada no es bueno, nada bueno. Ya no
solo porque no seremos capaces de interrelacionar discursos, conectar ideas,
argumentar y contrargumentar, en definitiva, pensar cabalmente. Es que, además,
seremos más manipulables si cabe, “convencibles” (si se me permite la
expresión). Huérfanos de historia, sin saber de dónde venimos y por qué de allí
y no de otro lugar. Es lo que otros quieren, no es fortuito, todo tiene una
razón de ser escondida: convencernos de que ahora somos más sabios que nunca
porque tenemos acceso (manipulado ¿verdad?) al conocimiento universal, convertirnos
en amorfos intelectuales, es decir, terreno sembrado para la manipulación. ¡Qué
perverso! La verdad nos hace libres porque nos permite tomar las riendas de
nuestras decisiones y vidas. De nuevo, para llegar a este fin, es necesario un
estudio constante, hábito, esfuerzo medido (“el estudio ordenado, estructurado,
de un área del saber, con el fin de acercarse a su verdad”, parafraseando el
post de Terremoto.net).
Tragamos bocados de una especie
de menú degustación de píldoras superficiales de conocimiento constante (“picoteo
de aquí y de allá”) que no se detiene, sin reflexión previa, que únicamente son
visiones anecdóticas de cualquier tema. Lo hacemos sin deglutir, sin digestión.
Conclusión: no hay posibilidad ninguna de que lo ingerido se transforme en
nutriente, siguiendo el símil, irá del paladar directo al intestino grueso y de
ahí… ya sabéis el siguiente paso.
Pero si, por casualidad del
destino, se nos ocurre ponernos a digerir lo engullido, el cuerpo entra en parálisis
por el exceso de información que, de pronto y a mogollón, se le obliga a
masticar, saborear, entender, relacionar…. La digestión de ese tsunami
informativo serio, profundo, se hace, cuando menos, insana, interminable,
sudorosa, ¡toma, pues claro! nuestra mente no está entrenada a tanto contenido
calórico, riguroso, intelectualmente enriquecedor. Seguramente abandonaría a la
primera de cambio, por lo que volveríamos a la casilla de salida, tan facilona,
esto es, a ingesta de párrafos cortos, grageas triviales cuya lectura por
encima nos da la sensación de placer efímero de saber de todo y opinar sobre
todo…
Decía mi abuela que no se dan
duros a pesetas, tampoco se llega al saber a base de pasar de puntillas por las
cosas, sino con horas y horas de estudio. Que de todo no podemos conocer,
cierto es, el problema es que pretendemos engañar al otro asegurando lo
contrario.