- Cuando tu hijo te quiere hablar, deja de lado ostensiblemente lo que estés haciendo y escúchale siempre. Tu disponibilidad en los primeros “mamá/papá mira lo que he hecho”, “mira este dibujo” es el futuro “mamá/papá me siento triste porque fulanito me ha insultado” o “fíjate lo que hace Zutanito en clase y con quién va”.
- Y si tu hijo te está hablando, no le interrumpas. Esa puntualización (que tú crees necesaria) le inutiliza y hace pensar que no sirve su argumento. Lo que queremos es que nos hablen, ¿no?, si les cortamos la disertación, ¿qué interés tendrán la próxima vez?
- Tus hijos hacen las cosas mejor que nosotros (padres). Confía en ellos. Aunque nosotros (padres) tenemos toda la sabiduría y visión de la jugada, de la vida, de la experiencia.
- Mira lo que tus hijos hacen bien, así te animarás cada día, ¡te sorprenderá lo numerosas que son!
- Vete un rato con cada uno de tus hijos por separado. ¡Lo recordarán toda su vida!
- Pide perdón a tus hijos siempre que sientas que lo has de hacer. Verán que eres humano.
- No sermonees sobre el respeto, la honestidad, la generosidad, la humildad, el esfuerzo: sé honesto, humilde generoso, respetuoso y esforzado.
- Saluda a tus hijos siempre, da los buenos días, tardes y noches. Si lo haces por educación con un tercero, qué menos que dedicarlo a tu hijo
- Comed padres e hijos juntos varias veces por semana. Que sea una costumbre inquebrantable.
- Sé sincero contigo mismo y pregúntate si, a veces, el inaguantable eres tú (y tus hijos tienen que tolerarte… ¡y siempre lo hacen sin poner en entredicho la cara que tienes!)
- La mayoría de las discusiones entre padres e hijos no es por los modales, la (des)obediencia, las malas contestaciones, es por las diferencias entre generaciones.
- Si regañas a tu hijo, hazlo sonriendo. No significa que te estés riendo de la situación, sólo le pones un gesto amable a una situación difícil para él.
- Si quieres que tu hijo se comunique sobre sus cuestiones más íntimas, ponte de su lado y dile, lo primero, “no sabes lo mucho que te entiendo” (tendrás todas las puertas abiertas a su corazón).
- Cuando hayas discutido con tu hijo, reflexiona sobre el tono, la fiereza, las palabras utilizadas, ¿ha merecido la pena?.
- Regálales tu tiempo, no les compres cosas. Su frase preferida (que van perdiendo conforme se hacen mayores) es “juega conmigo”. ¡Haz que te repitan esa frase aunque se vuelvan adolescentes!
- Explícales repetidamente que regañarles no es por lo que “son”, sino porque hay actuaciones suyas que necesitan pulirse y mejorarse, que les sigues queriendo infinito. A veces no les queda tan claro y necesitan tener la seguridad de que se les quiere como son y en todo caso (independientemente de la filípica).
- Cuando no quieran hablar contigo y estén realmente ofuscados, dales espacio, acepta, no indagues (no es el momento). Escríbeles unas líneas diciendo que les quieres aún más cuando no te quieren ni ver.
- Medita con tus hijos. Elabora momentos de quietud con ellos. Acompáñales en el proceso dirigiendo su sentir a lo bueno que son y tienen dentro.
- Enséñales que la felicidad está dentro de ellos. Pues cada uno es felicidad, el mundo y sus circunstancias simplemente le añaden toppings.
- Cada vez que hables mal a tu hijo recapacita y siente cómo te sentirías tú si alguien te hablara así. Si la respuesta no te convence, cambia tu tono y discurso. No te recrimines, pero proponte no reincidir.
- Ten siempre presente que quieres a tus hijos por encima de todo. Regálales tu mejor versión.
- El hogar familiar es sagrado. Respeta sus cimientos, las vivencias nacidas en él y las personas que lo llenan.
- ¿Se te da bien bailar? Compártelo y baila con ellos, pon música a todo volumen y canta. La casa se inundará de buen rollo y energía positiva.
- ¡tu hijo ha cometido un error!. siéntete feliz: es la única manera de aprender.
- Los pequeños fracasos, decepciones, sinsabores y frustraciones son necesarios para los hijos, les ayudan a vivir experiencias que, de mayores, sabrán gestionar.
- No intentes ser perfecto. Ni tener siempre la respuesta. Los hijos se sentirán acompañados por una montaña que, siendo alta y firme, también tiene mucho que aprender.
- La paternidad concibe subidas y bajadas, no es línea recta, tampoco clara, y no es fácil. Pero el fruto que otorga es exclusivo y el único por el que estarías dispuesto a morir.
- No midas a tu hijo por las notas, sino por su esfuerzo. Él respirará confortado y tú…. ¡descubrirás que normalmente irán aparejados!
- No te equivoques: los hijos quieren portarse bien y hacer lo que a sus papás les complace y gusta. ¡Lo que ocurre es que son niños y hay que enseñarles las reglas del juego de la vida!
- Transforma las situaciones negativas o duras que viva tu hijo en retos. Demuéstrale cómo ha sido capaz de superarlos. Estará triste, sí, pero saldrá reforzado.
- Acepta a tu hijo como es y consigue, con todas tus fuerzas, que él así lo entienda y sienta. Habrá nacido una persona con una autoestima grandiosa y un amor al prójimo (y a su familia) contra todo pronóstico
- y……
Diles todos los días que les
quieres, aunque parezca repetitivo es un mantra que les da la vida.