miércoles, 14 de noviembre de 2018

EL ARTE DE PARAR(SE)


“A base de observar uno aprende. A base de escuchar también. Tan solo se requiere estar atento. Atención a la atención. Y corazón abierto” (Alex Rovira)

Pero es que sabiendo frenar vivimos. Porque saber desacelerar es un “arte” que no todo el mundo adquiere. La RAE define arte como la capacidad o habilidad para hacer algo. Pues, de nuevo, no todo el mundo está capacitado para pararse. Vamos al baño con los móviles y hasta los usamos dentro, salimos de vacaciones y en lugar de descansar tenemos cada día prediseñado con anticipación de meses (y retornamos al lugar de trabajo aún más cansados). ¿Qué has hecho estas vacaciones? (cualquiera responde que nada, descansar, ¡anatema!. El fin de semana ha de estar completito, en familia, sí, pero completo para poder contar las obras y acciones realizadas en el café del lunes a primera hora en el trabajo. Y vaya si de tanto programa lectivo no hemos llegado a todo en nuestros días de descanso….. nos genera un estrés. El día de la operación salida de vacaciones es siempre un agobio y fuente de ansiedad para llegar a la hora , cuando el inicio de un tiempo vacacional debería originar justo lo contrario: los no horarios.

En nuestro entorno más cercano tenemos infinidad de muestras: si no eres de los que ejecutas planes, cenas, visitas a cines, cafeterías con amigas de la infancia, actividades deportivas (¡que no falten!), no eres molón, no entras en el alabado grupo de los grandes aparentes y divertidos que, por supuesto, se llevan de calle cual flautista de Hamelín al resto de followers irracionales que envidian hasta la insensatez de la vida irreal del prójimo. Seguimos sin entender que frenar provoca la profunda observación de lo circundante. Y cuando observamos vivimos. Pues si estamos en ese presente estamos viviendo. El estar componiendo plan tras plan no es vivir, sino un continuo pensar, que es estar en otra realidad distinta a la vida que existe en cada instante.

La capacidad para no programarse y dejarse vivir el momento que toque no es fácil, de ahí que se trate de una destreza que hay que educar y ejercitar. Por eso, cuando hablamos del arte de parar expresamos una connotación competencial. Implica una práctica perseverante, aunque solo por algún tiempo, pues llegado un momento tu propia esencia te conduce naturalmente a ese cese de actividad.

Parar es otra manera de hacer y lo triste es que en Occidente hemos de forzarnos conscientemente a ello. No acabamos de interiorizar que si nos detenemos escucharemos lo que amamos. Al parar se observan las cosas que ocurren, y lo que ocurre es la vida. La actividad incesante y apresurada en nuestro quehacer diario nos lleva a un torbellino de ocupaciones que no nos dejan sentir el presente. El “atareamiento” perpetuo no es realmente la vida que ocurre, sino la programada y, por tanto, un mundo virtual que nada tiene que ver con la vida real.

Y, por último, deberíamos desactivarnos en solitario. Parece que hoy en día todo ha de emprenderse en comunidad, que no está mal, pero exacerbado termina por no rendir. Somos seres sociales, sí, pero –de nuevo- podríamos utilizar este atributo “colectivo” para dedicar los momentos de reunión en que participemos a labores productivas de emociones, dedicar ratos de amor intenso al que tengo al lado, de escucha, de conversación sanadora, de ayuda….. de presencia incondicional con los demás en situaciones de angustia. Fuera de ésto, deberíamos ser más solitarios, ya que para saborear el presente no es necesario estar rodeado de nadie ni de nada. Basta estar conmigo mismo y lo que me rodea.